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Escritos

VOCACIÓN Y OFICIO EN LA OBRA DE RAFAEL PENAGOS

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Desde la época de la Buhardilla en Bogotá, por allá en los años sesentas, Rafael Penagos ha conservado siempre  indeclinable vocación  por el dibujo.  Pero más que una voación, el trabajo cotidiano con el lápiz dibujando vertientes, honduras, redondeces que palpitan dibujando esos rostros en los que es posible descubrir un asombro suspendido, se ha convertido en la razón de ser de su existencia.

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Es muy difícil, para quienes conocen de cerca a Rafael Penagos, imaginarlo sin un lápiz en la mano; o simplemente imaginarlo alejado de ese ejercicio de todos los días frente al silencio del papel.

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Muy contados artistas le brindan tanto tributo de abnegación a su oficio, como este hombre silencioso y serio que abandonó hace muchos años el sereno verdor de su pueblo, las suaves colinas de Suesca pobladas de eucaliptos, para buscar en la fría Bogotá de ese tiempo, su destino de artista.

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Desde entonces Rafael Penagos, ha dibujado y pintado muchos cuadros.  Ha escudriñado en los rostros bañados por la luz resplandeciente de la primavera de Madrid.  Ha indagado con fervor las tonalidades de luz que va modulando el otoño de París.  Ha rescatado algún perfil escondido en la luz de plata del verano de Noruega y ha porfiado por inventar en la espuma del crepúsculo de una ciudad de espanto, esas imágenes de una ternura sin fin.

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Gracias al poder expresivo de sus dibujos, Rafael Penagos no ha legado un maravilloso inventario de su búsqueda, de su sensibilidad y de su asombro.

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Esa fidelidad a una rutina que parece venir desde siempre, desde los más remotos orígenes de su vocación, ha permanecido insobornable en todas las ocasiones de su vida.  El ejercicio de dibujar: Esa búsqueda obsesiva por rescatar los gestos más ocultos, l esencia última que reside más allá de la imagen y su poesía recóndita, ha configurado la sustancia vital de su trayectoria como artista.

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Por esta razón, la obra de Rafael Penagos, no se puede instalar en el espacio convencional de un figurativismo a ultranza; ni mucho menos aproximarla al hiperrealismo.  El tratamiento de la figura en cada uno de sus dibujos, propone siempre un reto a la imaginación y a la sensibilidad del espectador.  Los espacios en blanco, esas sutiles interrupciones de la línea, complementan la imagen más allá del simple registro realista del tema.

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Aloz Rojas

Santa Fé de Bogotá, 1.998

PAISAJES Y ROSTROS DE RAFAEL PENAGOS EN LA GALERÍA ACOSTA VALENCIA

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Una magnífica muestra de dibujos y óleos inauguró Rafael Penagos, el pasado 3 de Septiembre en la Galería Acosta Valencia.  

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Paisajes y rostros de delicada factura, muestran una vez más el virtusismo alcanzado por Rafael Penagos como dibujane, así como su excelente manejo del color en lo que respecta a sus paisajes al óleo y al pastel.

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Son obras de un sosegado lirismo, que expresan muy bien el universo afectivo del artista y permiten sutiles aproximaciones a sus recónditos significados.  Por esta razón, cada exposición de Penagos propone nuevos acercamientos y otras revelaciones en torno al tema que siempre lo ha obsedido: la figura y sus posibilidades gestuales.

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Los rostros que muestra la Galería Acosta Valencia, dibujados en lápiz Comté, poseen el deslumbramiento y la magia que se desprenden de una línea sin mácula, cargada de tal expresividad que los espacios en blanco se transforman en parte sustancial del trabajo.

 

Los paisajes al óleo como los elaborados al pastel, continuan nutridos por el mismo lirismo de los dibujos de línea, pero logran configurar un espacio y una atmósfera donde caben otros asombros, otras revelaciones y una realidad más explícita.

 

Aloz Rojas 

Supongo que toda mi visión artística del mundo está orientada por una serie de relaciones, percepciones, sensaciones e intuiciones que se expresan plásticamente.  Sin embargo, cada una de esta operaciones no se producen en bruto, es decir no me sugestiona el perfil de una cara, o las huellas que la vida ha dejado sobre ésta o las posibilidades de una combinación de colores y de planos dentro de una composición cualquiera en forma neta,, directa aislada de otros elementos que la apoyan, la completan o la enriquecen.  Es evidente que siempre he recibido una sugestión cuya raíz es primero que todo plástica, pero alrededor de ella encuentro también sensaciones olfativas, sonoras y hasta ideológicas que se van integrando al cuadro durante su ejecución, de modo que, aún sin proponérmelo, llevan un mensaje a quien va a observarlos, dependiendo de esa contemplación en que el receptor se pregunte que hay detrás de una línea, un color, una manera de composición o, por último, detrás del tema contenido en el dibujo o la pintura.  Me parece importante estas aclaraciones porque, muchas veces, al oir distintas interpretaciones que se hacen de mis trabajos me doy cuenta, o bien de que se les aborda utilizando toda una serie de términos de uso corriente en la crítica de las artes plásticas, pero que, francamente, terminan de relegar el cuadro mismo a un espacio donde termina por ser invisible para quien quiere saber cuál es el mérito o el defecto de aquel, o bien, se los aborda como unos cuantos elementos que figuran externamente en su composición, sin atender al mundo psicológico, a las sugerencias de todo tiempo que contribuyeron a su creación.  Yo veo un rostro o un paisaje o un modelo, en primera instancia, pero a esa primera impresión puede estar unida, en el momento de pintar, la impresión que me han dejado una fuga de Bach o un fragmento de Vivaldi, a quienes amo especialmente, la lluvia, mi angustia por el paso del tiempo o el olor de una mujer bella al pasar junto a mi.

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Si tuviera que explicar mi estado de ánimo al dibujar, pues casi toda mi obra hasta el momento está basada en dibujos, retratos, apuntes o estudios a lápiz o a tinta y muchas veces con una técnica combinada, diría que me siento felíz trabajando y que, si en ciertos momentos me he sentido acosado por la ansiedad o la desesperación, las he sentido al no poder trabajar con mayor rapidez de la habitual, de tal manera que pudiera llevar a la hoja de papel o al lienzo todas las ideas que me bullen en la cabeza.  No tengo mucha información en lo a la literatura se refiere, pero alguna vez, luego de mi venida a España, leí algo sobre un escritor que utilizaba escritorios sobre los cuales tenía dispuestas sendas hojas de papel, de modo que pudiera ir pasando seguidamente de un escritorio a otro e ir escribiendo así, en una sola sesión, todo lo que iba surgiendo en su imaginación.  Esta anécdota me llamó mucho la atención.  Pero al citarla quiero decir, sobre todo, que tomo mi trabajo con alegría, con pasión y que por esta misma razón, el mundo de mis cuadros es un mundo distendido, cálido, de líneas y colores claros, sueltos, libres dentro del juego a que los someto en la composición.

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Algunas de las personas que se han interesado en mis obras insisten en mi preferencia por el dibujo o el retrato, haciendo notar que cultivo una forma de expresión bastante aparte de la corriente general que siguen la mayoría de artistas jóvenes.  No se si debería decir algo al respecto, explicando tan solo que cualquier obra de arte se defiende por sí misma.  No obstante, mi preferencia por la figura a todo lo largo de mi carrera se apoya en el desafío que la figura le hace al pintor, no sólo desde el punto de vista de la ejecución y la técnica, sino en cuanto al mundo de ideas que el contenido de la obra sugiere.  Sigo creyendo que a pesar del gran desarrollo de la ciencia y la técnica el hombre sigue apegándose a las emociones que le provoca el sol o la lluvia, la alegría o la tristeza, el amor o la soledad y que nada mejor para mostrar el efecto de todo esto que la limpidez o la turbulencia de la figura, a partir del modelo escogido.

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Quisiera señalar, por último que los análisis que he hecho de mi obra anterior me han llevado a desplazar mi estilo hacia composiciones en donde el color juega un papel importante.  En el cuadro "Dios está azul", cuyo título se lo debo al poesta español Juan Ramón Jiménez, está esbozada ya,, en sus principales características, esta nueva etapa.  Creo que la sencillez, la alegría, la claridad con que miro las cosas tienen su equivalente en los colores que acompañan la figura, pero, al mismo tiempo, muestra mi afición por un mundo de inocencia, de simplicidad, que la vida actual parece hacer a un lado cada vez más.  Quizás si el desarrollo de nuestra sociedad se combinara con el asombro por cosas simples, por la naturaleza, por la ternura, por el amor, en una palabra, sin olvidar, claro, todo lo que debemos a los beneficios del progreso, el hombre se aproximaría más a la conquista de sí mismo y de la felicidad.  En todo caso, mi trabajo es un pacto con la luz y sus infinitas posibilidades.

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Rafael Penagos Fernández

Barcelona, 1.977

EL MÁGICO ENSUEÑO DE PENAGOS

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Desde que presentó por primera vez sus cuadros en una exposición colectiva en Bogotá en 1961,

el artista colombiano Rafael Penagos se ha mantenido fiel a su figurativismo.  La figura humana ha sido el tema constante en sus dibujos al carboncillo, al lápiz, al óleo o al pastel y por supuesto en sus esculturas cuidadosamente moldeadas en bronce.  Sin lugar a dudas, el Penagos que triunfó en el 74 en la Sala de Exposiciones de la OEA en Washington sigue siendo el mismo, más no así su obra que naturalmente ha evolucionado en técnicas y posibilidades temáticas.

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Esos rostros de niños soñadores lo han caracterizado siempre, sus gestos embelesados, sus miradas lejanas, sus actitudes un tanto despreocupadas sugieren el afecto y la ternura que la inocencia infantil reclama para su felicidad.  Parece que el artista quisiera subrayar lo ingenuo e indefenso del niño mediante la sencillez abrumadura del dibujo.  Esas figuras nítidas que aparecen adrede con trazos a medio terminar revelan una maestría en el manejo de la forma y la luminosidad.  No requiere las líneas definidas completamente en su dibujo para insinuar la significación de su arte.  Unos cuantos trazos bastan para que la expresión y la postura corporal de sus personajes superen toda la cotidianidad y se remonten al mágico y misterioso mundo de los ensueños.  Cada modelo tomado de la realidad, de la vida misma del artista, se enriquece sobre el lienzo con una muy íntima y abstracta interpretación del alma humana.

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Además de los dibujos a lápiz, el Penagos de la década del 70, que soñaba con vivir en Europa para darle una proyección más a su obra, se lanzó a la aventura del color con los óleos de paisajes rodeados de imaginación y fantasía, en los que predominaban el azul, el verde pastel y el rosado cálido de los ambientes tropicales.  Junto con los paisajes que revelan una atmósfera de libertad con el viento estremeciendo los árboles, la ropa se presenta como otro de sus temas en ese periodo.  Montones de ropa de variados colores parecen oler a limpio y, acumulados en un desorden ordenado, traspasan el umbral de lo físico con la misma fuerza poética de sus dibujos.

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Durante esa época, concretamente en el 75, realiza su sueño de radicarse en Europa.  Se va para Madrid con familia, pinceles y lienzos y ante la expectativa de conquistar nuevos horizontes, comienza a crear más y más dibujos como si existiera un afán de depurar ese amplio universo de líneas y figuras que nos rodea.  Tuvo la oportunidad de exponer en Madrid y en Barcelona y, luego en 1980, resolvió trasladarse a París, donde vivió cerca de 9 años.  Allí logró exhibir sus obras en el Grand Palais y en otras 2 exposiciones individuales más.  También expuso de manera individual en Toulouse en el 83 y en una colectiva en Amiens.

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Durante todos esos años no quiso desvincularse de su tierra y cada año organizaba religiosamente en Colombia una o dos exposiciones.  Ya hace un tiempo que regresó definitivamenete a su país, llevando consigo nuevas expresiones temáticas y técnicas.  el Penagos de hoy modela la arcilla y el bronce, creando con la misma fidelidad la figura humana.  Lo nuevo en su pintura son los rostros de mujer, los bodegones de cebollas, sandías y bananos -con unas pequeñas sombras humanas casi imperceptibles en el fondo- y los desnudos al pastel.  Conserva su obstinación por el dibujo, pero ahora trabaja la sanguina ese pastel de color rojo indio que enmarca el dibujo entre un mundo de temporalidad y otro de sutil inmensidad.  Utiliza los tonos ocres y rojizos para evocar quizás las hojas secas de los eucaliptos y los tejados de barro de las casas de Suesca, su ciudad natal, una pintoresca población situada a pocos kilómetros de Bogotá, donde transcurrió su infancia y cuyos recuerdos le han proporcionado las vivencias necesarias para distinguir a Rafael Penagos en el competido mundo del arte. 

 

Por Constanza de Serna  

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